Esa serena sombra, de Marcelo di Marco. Reseña en The barco ebrio

El sol en lanzas

Por Javier Rodríguez

Tapa Difusion Esa Serena Sombra

Imagino que Esa serena sombra (800 golpes, 2013) es una especie de continuación de El viento planea sobre la tierra (Último reino, 1983). La diferencia es que en este último libro de Marcelo di Marco no fue escrito bajo aquella calma desesperada con la que trazó ese otro libro de poemas hace 30 años. Existe, de por sí, algo: no una calma desesperada, sino un ansia. Pero un ansia ya sosegada, como un regresar a la patria, a su país natal. Lo dicen estos esplendorosos haikus:

Te espero. Calmo.
Como el silencio de este
mar que te busca.

Como un rumor
de agua que se desliza.
Así es tu voz.

Notas de tinta
en tatuajes de espuma
contra la costa.

Leve se abisma
esa serena sombra:
acecha el beso.

Y así, bajo un lúcido imaginismo, nos hace parte de su contemplación: una configuración de cristal, que se va proyectando en filos, poco a poco, partiéndose en miles de fulguraciones contra nuestros ojos. Como en este poema:

El sol en lanzas
hundiéndose en la tierra
de un mar tan último.

Hernán Vanoli, reseña de Todos Felices.

hernan

¿Cómo contar una familia? La antología “Todos felices” se construye en torno a esa pregunta. Es un libro sobre la familia, sobre la institución quizás menos cuestionada de nuestro occidente moderno y patriarcal. La familia puede padecerse pero al mismo es el caldo de cultivo de los sueños y de los límites que nos construyen como personas. Una selva ordenada que es al mismo tiempo un refugio y un pantano ubicado en la trampa de osos que separa a nuestros corazones de nuestra memoria.
Desde esa ambivalencia se escribe el libro. Es un libro sobre la familia hecho desde una familia artificial, que son los que de alguna manera participaron del taller de escritura del que surgió “Todos felices”. La familia como un taller, el taller como una familia donde se inventan de nuevo los roles. El muy buen prólogo de Laura Meradi nos habla de eso, de lo que significa aprender a escribir y por eso a vivir juntos.
Si tuviera que elegir tres elementos que atraviesan a los cuentos, y que también atraviesan a las familias, esos elementos son las casas, las cocinas y la soledad. Quizás faltaron los funerales, pero los funerales son el límite donde la familia se desintegra y al mismo tiempo se vuelve a ordenar. Y los nacimientos. Pero en realidad siempre estamos contando un nacimiento.
El primer cuento, de Leticia Rivas, es la historia de una chica que atraviesa una refacción de su casa al tiempo que deja de ser una niña y empieza a ser una adolescente. Se enamora de un albañil y mantiene un sutil juego de espejos con la madre: toda familia se construye también sobre los silencios y los secretos. La protagonista y la casa están en refacción, y Leticia elige narrarlo como una carta desde el futuro, en un tono poético y original, quizás una carta que la protagonista se escribe a sí misma, en ese intento siempre difícil por ordenar la memoria. Las familias imaginadas, las familias reales, y el pacto posible y a veces dolorido que alguien que crece tiene que establecer con la realidad. El segundo cuento, de Bárbara Sayour, se llama justamente “Las Casas”. Son dos chicas que juegan y están atravesadas por la historia de las casas familiares, su desmembramiento y su ampliación. La ambivalencia se despliega sobre los diálogos, los nombres. Cómo nombrarlos en familia. Una parte me pareció especialmente bella: las dos chicas conversan.
-Si pudiera ser un animal sería un caballo –dice.
– Yo un león, o un tigre. No, mitad halcón y mitad león.
– Eso no existe, un animal solo tenés que ser.
– Yo soy un animal sólo.
En el tercero, “El Fuentón” de Manuela Calderone, la familia comparte la comensalidad con las patas en la fuente. Y nos presenta otra situación que pone en riesgo los límites de la familia, sin partirla o quebrarla como los funerales, sino ampliándola: el casamiento, la ampliación. Llegan noticias de parientes lejanos y esas noticias están normalizadas, pero ocurre lo inesperado, aquello que saca un poco los pies de esa fuente de agua tibia. En “ La escoba de quince”, de Lucía Russo, hay un encuentro entre una mujer y otra persona, “la vieja”. El ambiente es de una relación en ruinas, un escenario íntimo pero desamparado a la vez. Muchos de los cuentos incluyen a los abuelos como parte integral de la familia, partes que no encastran del todo pero con las que se comparten cosas fundamentales. En el caso de “La escoba del quince”, lo que se comparte con esta vieja que rompe vasos es la cocaína. Pero hay una frase que define mejor la relación entre la narradora y la vieja. Está apenas empieza el cuento y dice: “La vieja entra, me incrusta los labios contra el pómulo y pasa de largo para la cocina”. La elección de ese verbo, el verbo “incrustar”, es una figura hermosa para hablar de las relaciones intergeneracionales. El cuento “Pulpo” de Leonardo Azamor, cuenta en tercera persona y con una sutileza onírica impecable el pequeño infierno de las familias constituidas. Padre, madre y dos hijas que van al colegio. Las pequeñas sociedades al interior de esa sociedad nuclear, la familia, que a su vez estructura a la sociedad. Es un cuento de muñecas rusas. La presencia de lo otro, en este caso un pulpo congelado en el freezer, un cuerpo muerto que el padre intenta cocinar mientras las hijas hacen una representación en un acto de la escuela. Todo es real y todo es borroso, como en los sueños o en los recuerdos familiares. Finalmente, Esteban Caballero elige contar una familia desde otra perspectiva liminar. No elige la ampliación ni la reducción, sino que elige el viaje. “Mar Chiquita” es un cuento de una familia en vacaciones: una familia que abandona su casa, su cocina, y trata de reinventar o profundizar sus vínculos, quizás sobrevivir, en un entorno de ocio. Siempre tienen algo extraño las vacaciones en familia, y el cuento de Esteban se construye sobre el núcleo de esa extrañeza: el malentendido. La comunicación es siempre difícil y arrastra la resaca de los malentendidos, la arbitrariedad que funda a la cultura. Esteban trabaja ese límite entre estar solos o acompañados, entre comunicarnos o ensayar gestos mientras rebotamos en el samba de la vida.
Casas donde protegernos del afuera. Cocinas donde alimentarnos y crecer. Y la soledad, como una sombra, como el afuera, y también como el lugar del que quizás venimos y hacia donde no queremos ir. Hay un lenguaje familiar para protegernos, para alimentarnos, para ser en común. Este libro intenta indagar en ese lenguaje, desde diferentes perspectivas pero con una incertidumbre y una sabiduría en común.

Locura y Revolución – El Astrólogo monologa

roberto arlt el astrologoEl movimiento revolucionario estallará a la misma hora en todos los pueblos de la República. Asaltaremos a los cuarteles. Comenzaremos por fusilar a todos los que puedan alborotar un poco. En la capital se lanzarán días antes algunos kilogramos de tifus exantemático y de peste bubónica. Por medio de aeroplanos y en la noche. Cada célula inmediata a la capital cortará los rieles del ferrocarril. No dejaremos entrar ni salir trenes. Dominada la cabeza, suprimido el telégrafo, fusilados los jefes, el poder es nuestro. Todo esto es una locura posible, y siempre se vive en una atmósfera de sueño y como de sonambulismo cuando se está en camino de realizar las cosas. Sin embargo, se va hacia ellas con una lentitud tan rápida que todo es sorprendente cuando se ha conseguido. Para ello es necesario sólo voluntad y dinero… Podemos organizar aparte de las células una gavilla de asesinos y de asaltantes. ¿De cuántos aeroplanos dispondrá el ejército? Pero cortados los medios de comunicación, asaltados los cuarteles, fusilados los jefes, ¿quién mueve ese mecanismo? Este es un país de bestias. Hay que fusilar. Es lo indispensable. Sólo sembrando el terror nos respetarán. El hombre es así de cobarde. Una ametralladora… ¿Cómo se organizarán las fuerzas que deben combatirnos? Suprimido el telégrafo, el teléfono, cortados los rieles… Diez hombres pueden atemorizar a una población de diez mil personas. Basta que tengan una ametralladora. Son once millones de habitantes. El norte, con los yerbales, nos respondería. Tucumán y Santiago del Estero, con los ingenios… San Juan, con los medio–comunistas…

Sólo tenemos por delante el ejército. Los cuarteles se pueden asaltar de noche. Secuestrado el pañol de armas, fusilados los jefes y ahorcados los sargentos, con diez hombres nos podemos apoderar de un cuartel de mil soldados siempre que tengamos una ametralladora. Es tan fácil eso. Y las bombas de mano, ¿dónde dejo las bombas de mano? Sólo sorpresa simultánea en todo el país, diez hombres por pueblo y la Argentina es nuestra. Los soldados son jóvenes y nos seguirán. A los cabos los ascenderemos a oficiales y tendremos el más inverosímil ejército rojo que haya conocido la América. ¿Por qué no? ¿Qué es el asalto al banco de San Martín, el asalto del hospital Rawson, el asalto de la agencia Martelli en Montevideo? Tres diarieros audaces y se terminó una ciudad.

Reseña de Todos Felices, por Ulises Cremonte en Bazar Americano!

Un pulpo con fijador baila en el Zamba

Todos felices. Antología, compilación de Laura Meradi, Buenos Aires, 800 golpes, 2014.

El libro Todos felices de la incipiente editorial “800 golpes” reúne seis cuentos escritos en un taller de narrativa dictado por la escritora Laura Meradi. En el prólogo Meradi aclara que los relatos no respondieron a ninguna consigna previa y que “fueron juntándose por su propia verdad hasta formar esta antología. Los cuentos están ordenados como nos ordena la vida: desde la infancia hasta la adultez. Y todos los personajes atraviesan el conflicto del espacio propio dentro de la familia”.

Hay, en esta intención prospectiva, un acotamiento temático: la familia. La camionetita que aparece en la portada tiene una clara reminiscencia a la película Little Miss Sunshine. Dado que este film mostraba las conflictividades de una familia en apariencia perfecta, el título Todos Felices no disimula su ironía.

El primer relato es “Roby”, de Leticia Rivas quien utiliza la segunda persona para dar cuenta de los días de una adolescente a quien la llegada a su casa de un albañil hace que su cuerpo entre en una incomprensible efervescencia. La narración tiene un ritmo pendular, que va desde las quejas por las imposiciones familiares a ese cúmulo de sensaciones que le despierta la aparición de Rulos, ese hombre que con solo mirarla logra ponerle la piel de gallina. Hay mucho de insinuación, pero nada se concreta, y lo poco que pasa es cuando él le ofrece un cigarrillo, cuando la saluda con un beso en la mejilla y esa escena donde ella le ofrece helado sentada en la mesada de la cocina. El cuento acierta en el tratamiento del punto de vista. Al ser la mirada de una adolescente, esa insistencia por sentirse molesta con las demandas y pedidos de los padres, no termina de resultar repetitiva. El uso de la segunda persona corre el riesgo de ser siempre un poco artificioso. Este recurso suele funcionar como un comodín, que parece dotar de espesor al narrador gracias a un impostado desdoblamiento. Pero aquí, al centrarse en ese cuerpo adolescente, con algo de mujer y mucho de niña, la segunda persona tematiza, desde lo recursivo, esa dualidad.

“Las casas”, de Bárbara Sayour presenta en el inicio una serie de motivos temáticos de lo que se suele llamar costumbrismo: aroma a alcanfor, baldosas, empanadas de carne con pasas de uva, tías, cucharas que raspan platos. Pero cuando aparece la prima gorda el relato se aleja de ese comienzo poblado de lugares comunes. Los diálogos son ocurrentes, algo teatrales, sí, pero disparan una narración que se detiene en un derrumbe, literal y simbólico, aunque sin caer en el soborno de la alegoría.

“El Fuentón” de Manuela Calderone es un breve, ejercicio del uso de la metonimia. Tenemos los pies que toman el centro de la escena, pero detrás se esconde una futura noticia que Nené le tiene reservada a sus padres. Hay mucho de estructura narrativa y poco de sustancia. El final busca un golpe de efecto que no llega a conseguir por lo gastado que resulta ese truco.

Lucía Russo en “La escoba de 15” nos presenta un juego de comicidad amarga donde una madre y su hija “peinan” líneas de cocaína. El cuento yuxtapone imágenes que no suelen coincidir en el imaginario madre/hija y sin embargo no se aparta del verosímil realista. Allí su merito, aunque quizás no haya mucho más que ese juego de espejos deformados.

“Pulpo” de Leonardo Azamor relata algunas horas en la vida de Eduardo y los constantes ataques alucinatorios que padece. Aunque puede que estén interviniendo fuerzas fantásticas. En este sentido tiene mucho del cuento clásico argentino, con raíces Julio Cortázar o, más acá Samanta Schweblin. Azamor realiza un dedicado trabajo en la focalización que oscila entre Eduardo y su hija. Quizás el tono abusa de cierta solemnidad y no sería un problema, salvo porque los momentos donde se apela al humor son muy efectivos. El último párrafo maneja de manera muy sólida el suspenso y el cierre es delicado, sin estridencias, pero contundente.

El libro se concluye con “Mar Chiquita”. Estaban Caballero parece presentar una especie de stand up de la paternidad en vacaciones, donde las catástrofes cotidianas se suceden una tras otras. Al cuento parece faltarle una relectura de edición más, ya que hay peripecias que se vuelven un poco repetitivas. Pero todo pasa a un segundo plano porque nos entrega algunos momentos muy destacados. El final, en el Zamba, es uno de los puntos narrativos más altos, no solo del cuento, sino también del libro y la última escena no solo nos transporta a ese lugar, sino sobre todo a la cabeza y al cuerpo del narrador.

Todos Felices habla de la familia, sí. Pero ese motivo temático parece ser más bien el mantel sobre el que se despliegan los distintos registros narrativos donde “Roby”, “Pulpo” y “Mar Chiquita” son, definitivamente, los platos principales.

Ulises Cremonte

(Actualización julio – agosto 2014/ BazarAmericano)

Miguel REP inaugura muestra de dibujos de cine en Pinamar

Quisieramos compartir el texto de invitación que puede leerse en la exposiciòn de REP en Pinamar sobre el Cine, desde el 7 de marzo en el Hotel Algeciras.

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No debe haber un claro registro sobre su primer ingreso a un cine, pero seguro que ocurrió siendo niño, en alguna sala del barrio porteño de Boedo. Los Andes, Cuyo, el Moderno o un poco más al sur el Gran San Juan eran para los ojos del pequeño unos mastodontes de cemento hoy reemplazados por mercados o templos evangélicos. Para tranquilizarnos, podríamos afirmar que detrás del ruido de las cajas registradoras o de las plegarias de un fanatismo edulcorado, fantasmas de miles de películas rebotan contra las paredes y los techos. Los ojos de Miguel denotan entusiasmo. Bueno, siempre se abrieron grandes al mismo tiempo en que las luces se apagaban para proyectar las publicidades. Pero más se iluminaban cuando el anunciado filme venía en serio. Y así se mantenían -y mantienen- hasta que el último crédito desaparece de la pantalla. Después, el autor de los dibujos se aleja pasillo arriba tarareando la música incidental. ¿Habrá sido Juan Moreira una marca en el disco rígido de Rep para que después interprete tan bien a Leonardo Favio en el papel? ¿Tendrá que ver su humor de entrecasa con las ocurrencias de Woody Allen? ¿Será la caricatura de Sandro un reflejo de aquellas películas en la tele blanco y negro donde el cantante piloteaba su lancha en el Delta? El absurdo y la desmesura, ¿Obedecerá a las lecciones de cine que dio Fellini? Conociéndolo como lo conozco, diría que sí. El tipo podría haber sido un crítico de cine, pero el dibujo lo absorbió para mejor. Osvaldo Bayer busca cosas y pone cierto orden en medio de una selva para denunciar las injusticias contra los nativos argentinos. Miguel Rep muestra a Bayer tal cual es: un hombre ya grande, de gesto germánico, dulce y pacifista en busca de igualdad. Los grandes del cine del mundo exhibieron su arte entre millones y millones de espectadores, alimentaron las arcas de los distribuidores, encantaron a los críticos para ser aplaudidos o aborrecidos. Miguel no colmó líneas con palabras, esas donde va a parar la mirada del incauto antes de pagar una entrada. Tomó lápiz, papel, y trazó ejemplos como el de un director empequeñecido por la figura del productor. Se hundió en sus recuerdos y sensibilidad, y desde su cabeza la orden bajó a su mano derecha para contar mucho en algunas líneas. De eso se trata la muestra. Pasen ahora, que quedan pocas localidades.

JORGE REPISO

Aguafuertes porteñas: Sillas en la vereda

Les dejamos completo uno de los textos más amigables de nuestro querido Roberto Arlt. El dibujo es de Orbe, para la muestra Aguafuertes ilustradas.

roberto arlt orbe silla en la vereda aguafuerte porteña

Silla en la vereda

Por Roberto Arlt

Llegaron las noches de las sillas en la vereda; de las familias estanca­das en las puertas de sus casas; llegaron, las noches del amor sentimental de “buenas noches, vecina”, el político e insinuante “¿cómo le va, don Pascual?”. Y don Pascual sonrie .y se atusa los “baffi”, que bien sabe por qué el mocito le pregunta cómo le va. Llegaron las noches…

Yo no sé qué tienen estos barrios porteños tan tristes en el día bajo el sol, y tan lindos cuando la luna los recorre oblicuamente. Yo no sé qué tienen; que reos o inteligentes, vagos o activos, todos queremos este ba­rrio con su jardín (sitio para la futura sala) y sus pebetas siempre iguales y siempre distintas, y sus viejos, siempre iguales y siempre distintos también. Encanto mafioso, dulzura mistonga, ilusión baratieri, ¡qué sé yo qué tienen todos estos barrios!; estos barrios porteños, largos, todos corta­dos con la misma tijera, todos semejantes con sus casitas atorrantas, sus jardines con la palmera al centro y unos yuyos semiflorecidos que aro­man como si la noche reventara por ellos el apasionamiento que encie­rran las almas de la ciudad; almas que sólo saben el ritmo del tango y del “te quiero”. Fulería poética, eso y algo más.

Algunos purretes que pelotean en el centro de la calle; media docena de vagos en la esquina; una vieja cabrera en una puerta; una menor que soslaya la esquina, donde está la media docena de vagos; tres propieta­rios que gambetean cifras en diálogo estadístico frente al boliche de la esquina; un piano que larga un vals antiguo; un perro que, atacado re­pentinamente de epilepsia, circula, se extermina a tarascones una colonia de pulgas que tiene junto a las vértebras de la cola; una pareja en la ven­tana oscura de una sala: las hermanas en la puerta y el hermano comple­mentando la media docena de vagos que turrean en la esquina. Esto es todo y nada más. Fulería poética, encanto misho, el estudio- de Bach o de Beethoven junto a un tango de Filiberto o de Mattos Rodríguez.

Esto es el barrio porteño, barrio profundamente nuestro; barrio que todos, reos o inteligentes, llevamos metido en el tuétano como una bruje­ría de encanto que no muere, que no morirá jamás.

Y junto a una puerta, una silla. Silla donde reposa la vieja, silla don­de reposa el “jovie”. Silla simbólica, silla que se corre treinta centíme­tros más hacia un costado cuando llega una visita que merece considera­ción, mientras que la madre o el padre dice:

-Nena; traete otra silla.

Silla cordial de la puerta de calle, de la vereda; silla de amistad, silla donde se consolida un prestigio de urbanidad ciudadana; silla que se le ofrece al “propietario de al lado”; silla que se ofrece al “joven” que es candidato para ennoviar; silla que la “nena” sonriendo y con modales de dueña de casa ofrece, para demostrar que es muy señorita; silla donde la noche del verano se estanca en una voluptuosa “linuya”, en una char­la agradable, mientras “estrila la d’enfrente” o murmura “la de la esqui­na”.

Silla donde se eterniza el cansancio del verano; silla que hace rueda con otras; silla que obliga al transeúnte a bajar a la calle, mientras que la señora exclama: “¡Pero, hija! ocupás toda la vereda”.

Bajo un techo de estrellas, diez de la noche, la silla del barrio porte­ño afirma una modalidad ciudadana.

En el respiro de las fatigas, soportadas durante el día, es la trampa donde muchos quieren caer; silla engrupidora, atrapadora, sirena de nues­tros barrios.

Porque si usted pasaba, pasaba para verla, nada más; pero se detu­vo. ¿Quién no se para a saludar? ¿Cómo ser tan descortés? Y se queda un rato charlando. ¿Qué mal hay en hablar? Y, de pronto, le ofrecen una silla. Usted dice: “No, no se molesten”. Pero, ¿qué? ya fue volando la “nena” a traerle la silla. Y una vez la silla allí, usted se sienta y sigue charlando.

Silla engrupidora, silla atrapadora.

Usted se sentó y siguió charlando. ¿Y sabe, amigo, dónde terminan a veces esas conversaciones? En el Registro Civil.

Tenga cuidado con esa silla. Es agarradora, fina. Usted se sienta, y se está bien sentado, sobre todo si al lado se tiene una pebeta. ¡Y usted que pasaba para saludar! Tenga cuidado_ Por ahí se empieza.

Está, después, la otra silla, silla conventillera, silla de “jovies” ta­nos y galaicos; silla esterillada de paja gruesa, silla donde hacen filosofía barata ex barrenderos y peones municipales, todos en mangas de camise­ta, todos cachimbo en boca. La luna para arriba sobre los testuces rapa­dos. Un bandoneón rezonga broncas carcelarias en algún patio.

En un quicio de puerta, puerta encalada como la de un convento, él y ella. El, del Escuadrón de Seguridad; ella planchadora o percalera.

Los “jovies”, funcionarios públicos del carro, la pala y el escobi­llón, dan la lata sobre “eregoyenisme”. Algún mozo matrero reflexiona en un umbral. Alguna criollaza gorda, piensa amarguras. Y este es otro pedazo del barrio nuestro. Esté sonando Cuando llora la milonga o la Patética, importa poco. Los corazones son los mismos, las pasiones las mismas, los odios los mismos, las esperanzas las mismas.

¡Pero tenga cuidado con la silla, socio! Importa poco que sea de Viena o que esté esterillada con paja brava del Delta: los corazones son los mismos…

Enlace Permanente: http://biblioteca.derechoaleer.info/biblioteca/roberto-arlt/aguafuertes-portenas/silla-en-la-vereda.html

Horacio Quiroga y Vicente Batistessa

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Un día como hoy de 1937, se quitaba la vida Horacio Quiroga. En una historia digna de sus mejore cuentos: ayudado por un hombre con una enfermedad de degeneración en la piel, conocido como Vicente Batistessa y bautizado en el hospital de Clínicas como el Hombre Elefante argentino. Vicente es quién le facilitaría el cianuro que lo terminaría matando para evitarle el sufrimiento del cáncer que padecía.

Aniversario de Ricardo Güiraldes

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Hoy 13 de febrero se cumplen 124 años del nacimiento de Ricardo Güiraldes. Escritor y referente del campo literario riolplantense, que supo retratar a la inmensidad de la pampa con la convicción de consolidar la narrativa argentina.

“Me fui como quien se desangra” Don Segundo Sombra (1926)

Se lo recordará en San Antonio de Areco y subimos la imagen del programa de Victor Hugo Morales

Lee la biografìa completa.

30 años de la muerte de Julio Cortázar – Canada dry

Hoy 12 de febrero se cumplen 30 años de la muerte de Cortázar. Para recordarlo, dejamos uno de los poemas que más nos gusta:Image

Canada dry – Julio Cortázar

Sé que me acordaré de un cielo raso
donde las manchas de humedad eran un gato, un número, una mano cortada. 

Sé que me acordaré del ruido
de un water en alguna habitación lejana del hotel, 
su triste catarata de bolsillo, su inevitable recurrencia.

Chaçun ses madeleines, chaçun ses Albertines 

Serás por siempre imán de imágenes,
las más turbias y vanas me traerás con el gesto 
que en la caliente oscuridad del cuarto
era encender los cigarrillos del hartazgo, 
ver asomar nuestros desnudos cuerpos flanco a flanco,
Las más pequeñas turbias cosas, 
una uña lastimada que te dolía tanto, el triste
rito de ir a lavarte y regresar, las servidumbres. 

Tan sólo compartimos los bares y las calles
antes de amarnos contra tres espejos: 
¿qué más podría darme tu recuerdo?

Pero yo sé guardar y usar lo triste y lo barato 
en el mismo bolsillo donde llevo esta vida
que ilustrará las biografías. Ve, pequeño fantasma, 
el baño está ahí al lado,
yo fumaré esperándote
empezaremos otra vez. El cielo raso 
dibuja un gato, un número, una mano cortada.